Ante la polámica del dí­a por el cartel de la Feria del Libro de Madrid sólo puedo decir: el año pasado os quejabais porque el cartel era muy simple y feo (pero se captaba al vuelo, oye) y este año os quejáis porque es muy elaborado y bonito, pero lúgubre y difí­cil de entender. Vamos, que el año pasado fuimos todos de guays y culturetas (aunque a mí­ me gustaba, que me ponen un gato y ya pierdo el norte) y este año se nos ha ido de las manos y no lo entiende ni txus. A mí­ me gustan los dos, he de decir, uno por simple y directo y el otro por abigarrado y perifrástico. Os dejo la explicación de Paula Bonet, autora del cartel del 2018, para ver si podáis empezar a desenredar la madeja: «Cuando empecá a trabajar me di cuenta de que -como es habitual- las figuras masculinas anulaban por completo a las mujeres y decidí­ cambiar el enfoque: la protagonista tení­a que ser una que diera voz a muchas en este contexto en el que las mujeres seguimos estando mudas y somos invisibilizadas. Siempre hemos sido narradas por una voz masculina. Queremos dejar de ser el objeto para ser el sujeto de nuestra propia historia. La imagen principal es un grabado al aguafuerte estampado con monotipia. El resto de imágenes, sacadas del trabajo poático de mujeres que van desde la rusa Marina Tsvetaieva hasta nuestra Elena Medel, son dibujos a lí­nea hechos con tinta china. El primer dibujo es un lirio, homenaje a las Mujeres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla de Sara Herrera Peralta: la mujer protagonista (que tambián es escritora, la nigeriana Chimamanda Ngozi) vomita lirios al igual que la andaluza los vomita en uno de sus poemas. Y con los lirios y la tinta china empiezo a tejer, como Louise Bourgeois, en blancos y amarillos, una trama que cubre la cabeza de la nigeriana. Las alusiones a la tierra y a la vida del Cuaderno de campo de Marí­a Sánchez dibujan esa cabeza de vaca que asoma por la izquierda (pero podrí­an haber dibujado espigas, placentas de vaca o pájaros). Las manos arrugadas de debajo del animal nos llevan hasta el trabajo de Sofí­a Castañón, son las manos de su abuela. Las manos de bebá las sostienen son las de Luna Miguel, que se han frotado fuerte con agua despuás de masturbarse. El cuervo sale volando de un poema de Elena Medel. Un gorrión lo hace de uno de Emily Dickinson. Leemos a mujeres y nos encontramos con piedras (Luci Romero), gárgolas (Miriam Cano), almejas (Anne Sexton), o casas vací­as y silenciosas (Anna Ajmatova). Hay mujeres que mientras escriben sienten que son un volcán (Estel Solá), y otras que, como los tulipanes, se adaptan como mejor pueden a los acontecimientos que les depara la vida (Marí­a Leach). Gabriela Mistral canta a los montes y los rí­os de Chile, y Violeta Parra lo hace a la vida y a todo lo que esta le ha dado.»

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Ante la polámica del dí­a por el cartel de la Feria del Libro de Madrid sólo puedo decir: el año pasado os quejabais porque el cartel era muy simple y feo (pero se captaba al vuelo, oye) y este año os quejáis porque es muy elaborado y bonito, pero lúgubre y difí­cil de entender. Vamos, que el año pasado fuimos todos de guays y culturetas (aunque a mí­ me gustaba, que me ponen un gato y ya pierdo el norte) y este año se nos ha ido de las manos y no lo entiende ni txus.
A mí­ me gustan los dos, he de decir, uno por simple y directo y el otro por abigarrado y perifrástico. Os dejo la explicación de Paula Bonet, autora del cartel del 2018, para ver si podáis empezar a desenredar la madeja:
«Cuando empecá a trabajar me di cuenta de que -como es habitual- las figuras masculinas anulaban por completo a las mujeres y decidí­ cambiar el enfoque: la protagonista tení­a que ser una que diera voz a muchas en este contexto en el que las mujeres seguimos estando mudas y somos invisibilizadas.
Siempre hemos sido narradas por una voz masculina. Queremos dejar de ser el objeto para ser el sujeto de nuestra propia historia.
La imagen principal es un grabado al aguafuerte estampado con monotipia. El resto de imágenes, sacadas del trabajo poático de mujeres que van desde la rusa Marina Tsvetaieva hasta nuestra Elena Medel, son dibujos a lí­nea hechos con tinta china. El primer dibujo es un lirio, homenaje a las Mujeres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla de Sara Herrera Peralta: la mujer protagonista (que tambián es escritora, la nigeriana Chimamanda Ngozi) vomita lirios al igual que la andaluza los vomita en uno de sus poemas. Y con los lirios y la tinta china empiezo a tejer, como Louise Bourgeois, en blancos y amarillos, una trama que cubre la cabeza de la nigeriana. Las alusiones a la tierra y a la vida del Cuaderno de campo de Marí­a Sánchez dibujan esa cabeza de vaca que asoma por la izquierda (pero podrí­an haber dibujado espigas, placentas de vaca o pájaros). Las manos arrugadas de debajo del animal nos llevan hasta el trabajo de Sofí­a Castañón, son las manos de su abuela. Las manos de bebá las sostienen son las de Luna Miguel, que se han frotado fuerte con agua despuás de masturbarse. El cuervo sale volando de un poema de Elena Medel. Un gorrión lo hace de uno de Emily Dickinson. Leemos a mujeres y nos encontramos con piedras (Luci Romero), gárgolas (Miriam Cano), almejas (Anne Sexton), o casas vací­as y silenciosas (Anna Ajmatova). Hay mujeres que mientras escriben sienten que son un volcán (Estel Solá), y otras que, como los tulipanes, se adaptan como mejor pueden a los acontecimientos que les depara la vida (Marí­a Leach). Gabriela Mistral canta a los montes y los rí­os de Chile, y Violeta Parra lo hace a la vida y a todo lo que esta le ha dado.»


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